domingo, 10 de julio de 2011

La gota que derramó el vaso



Ha llegado el momento. Gotita a gotita, mi vaso ha terminado por derramarse. Me he cansado de las despedidas sin palabras, de las espaldas que se alejan, de las amistades escrupulosamente virtuales, de los cariños fingidos, de las verdades injustas, de las mentiras piadosas, de las amenazas, de las indirectas, de los reproches, de los intereses… pero, sobre todo, muy por encima de todo, de la hipocresía, del egoísmo, de los silencios, de la soledad y del vacío.

Como dije anteriormente nada me motiva ya a escribir, estoy “seca”. Ya ni siquiera el dolor me inspira; ahora me bloquea. Y llevo ya demasiado tiempo bloqueada, más que suficiente para darme cuenta de que esto no tiene ni futuro ni sentido.

Las tres últimas gotas… han herido como ácido en los ojos. Desengaños con nombres y apellidos, que me reservo para mí. Ilusiones que decidieron desvanecerse. Esperanzas absurdas e incoherentes. Sueños que no fueron más que sueños. Sentimientos a flor de piel que terminaron por penetrar hasta la médula…

Yo no sé lo que hice mal… pero no lo seguiré haciendo.  Aquí fui muy feliz en su momento. Aquí he sido también terriblemente infeliz. No, no volveré.

No quiero prolongar innecesariamente la despedida, ni hacer de estas líneas un acto público de autocompasión. Sólo pretendo ser consecuente: no puedo más, así que me marcho.

No sin antes agradecer a tanta gente por leerme y a los que sin conocerme me brindaron su casa.